PACHAMAMA Y PACHATATA

El Comercio 23 enero 2011

CRÓNICA. RITUAL EN EL TITICACA

La boda de la tierra y el cielo

Por: Miguel Ángel Cárdenas

Domingo 23 de Enero del 2011




Se miran, se gustan, la atracción los humedece, se rozan secretamente con el viento; en la noche se desnudarán ante la más sensual luna llena del verano… Y al amanecer, yacerán radiantes en el lecho del Sol, para ser honrados siempre, cada tercer jueves de enero, desde tiempos preíncas en la isla de Amantani. Se trata de la metafórica unión sexual entre la Pachamama y el Pachatata, los dos cerros tutelares aquí –a 4.150 y 4.120 m.s.n.m. respectivamente–, que representan a la Madre Tierra y al Padre Cielo: la fecunda dualidad andina. Esta motiva la más alta, antigua y original fiesta en el lago Titicaca.

Dicen que Amantani, la isla peruana más grande del Titicaca a tres horas y media del puerto de Puno, tiene forma de sapo apareándose. En sus 9 km de superficie todo se concibe en parejas, sus danzas no admiten solitarios, sus chullos intercalan siempre figuras de macho y hembra y las autoridades deben estar casadas (por eso, para evitar un mal presagio, le andan buscando novia al soltero nuevo alcalde Marcelino Yucra).

Este año el milenario ritual propiciatorio se hizo más preeminente: en esta clásica época de lluvias no había ni garuado en meses…

PARA AMAR AMANTANI

Diez comunidades forman Amantani –con casi cuatro mil habitantes en total– que se dividen en dos, cada enero, en el centro de la isla: 5 ayllus ascenderán para honrar a la Tierra como en casi toda la sierra y el Altiplano; y los otras 5 para reivindicar a su complemento: el Cielo que –con su lluvia seminal– la fertiliza sagradamente. Todos deben llegar a sus cimas, donde hay dos templos preíncas, que únicamente se abren en esta fecha (ni siquiera la llegada del turismo en 1979 ha persuadido al pueblo de mostrarlos antes ni después).

La mayoría en esta isla se apellida Calcín. Tiene 60 años Alejandro Calcín, de la comunidad de Ocosuyo, quien desde los 5 años sin excepción sube a la Pachamama tocando una flauta llamada pinkillo. Esto es inflexible: nunca ha ido al Pachatata. La suya es la devoción al magnetismo femenino.

En la boca del estómago de Amantani, antes de dividirse, 2.000 personas se quitan los sombreros, cogen un poco de pasto y lo lamen apenas como símbolo de respeto. No hay cervezas ni vino, las ofrendas se hacen con un poco de chicha de maíz y gaseosas. El ‘acto’ de fertilidad debe hacerse siempre sobrio en una isla en la que no existe un solo policía desde fines de los años 70 (la justicia comunal captura y entrega a un raro ladrón cruzando el lago), no hay perros (escasean los predadores animales y humanos), la gente es casi vegetariana, las casas no tienen televisores ni existe hotel alguno (los visitantes deben quedarse en los hogares de los campesinos).

De pronto, las bandas con tambores y flautas comienzan el ascenso bullicioso y simultáneo por pendientes circulares.

EROS ALTIPLÁNICO

Y de repente, el silencio arroja de su montura a la música. En lo alto del apu Pachamama se abre un templo de piedra que tiene una urna enterrada y un promontorio con una escultura fálica, desde los tiempos de los pucaras.

El pacco (sacerdote quechua) Carlos Enrique, de 61 años, tiene una vasija con carbón y pasa el humo circular por las frentes de mil personas concentradas –no hay turistas aquí– mientras masculla bendiciones. Sus oficiantes sacan vasijas pequeñas de la época tiahuanaco a las que rocían molidos de cebada, quinua y trigo. El pacco es un vicario del sincretismo: rinde tributo, en quechua, a los apus e intercala preces a la Virgen María y al Espíritu Santo (incluso esta fiesta coincide con la de San Sebastián). Miles de hojas de coca se energizan con los rezos y el aliento del pacco, junto a galletas de colores, papas y choclos rociados con grasa de llama en la mesa ceremonial.

Luego aquel saca de un atado el fetito de una llama, que adorna con flores de cantuta y perfuma con mirra. Después, los ungidos de la Pachamama traen conchitas marinas para fecundarlas con chicha (representación del antiguo comercio con la costa). Y todo se ‘challa’ (bendice). En el acto central, pasa al frente una muchacha especial: se llama Marleni, tiene 21 años, está vestida con una falda con 200 años de antigüedad y encarna a la Madre Tierra. La bella divinidad clama por la unión de un pueblo dividido por la guerra de los adventistas que intentan sabotear la fiesta ancestral.

En el centro, se enciende una hoguera y el ‘pacco’ lanza la ofrenda y todos danzan dándole vuelta al fuego.

En frente, en el cerro Pachatata, se veía el otro fuego feraz: se hacía la ofrenda armónicamente. El ritual de la pareja es el mismo, pero allí con motivos uterinos. Los bandos se miran a lo lejos con deseo, porque luego deben empezar la carrera del descenso. Las mil personas en cada cerro compiten por bajar bailando más rápido. Siempre tiene que llegar primero –es una trampita mítica–la corte de la Pachamama (así se garantiza una cosecha buena en el año), pero esta vez gana la tropa del Pachatata. Sin embargo, todos están felices: ahora se vive una situación inusual de sequía. En la noche, miles festejan el coito del cosmos: el triunfante Padre llueve desaforadamente.

TEXTO: MIGUEL ÁNGEL CÁRDENAS
FOTOS: GIANCARLO SHIBAYAMA.
ENVIADOS ESPECIALES
 

 Publicación de El Comercio

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