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Tu amigo Bruno Medina Enríquez, Director de la Revista ASWAN QHARI, te da la bienvenida para que juntos construyamos los enlaces que nos ayudan a revalorar nuestra cultura y auspiciar un futuro promisorio, en la búsqueda de alcanzar el Sumac Causay, que nos hará libres en una nueva sociedad!!!



martes, 11 de octubre de 2016

¿DIA DE LA RAZA??

“Día de la raza”: 

524 años de exterminio, 

discriminación y resistencia

En este feriado largo con que el sistema racista
celebra el 12 de octubre, nosotros recordamos
los 524 años de genocidio y discriminación
que sufrieron los indígenas de estas tierras.
Buenos Aires, Domingo 9 de octubre 2016 | Edición del día "La Izquierda" 


Antes de que el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen cometiera
tres de los hechos más aberrantes de las primeras décadas del
siglo XX: la Semana Trágica en el Buenos Aires de 1919,
las matanzas de la Patagonia trágica  de 1921 y las masacres
 perpetradas, también en 1921, en el norte de Santa Fe por
impulso de la empresa británica La Forestal, ocurrió que
las autoridades, en un súbito rapto de exacerbada hispanofilia,
decidieron en 1917 imponer el 12 de octubre como feriado nacional
en Argentina, rotulándolo al mismo tiempo con el pomposo título
de “Día de la raza”.
(93 años después, ante la presión popular y la creciente toma de conciencia
de la tragedia indígena, el Poder Ejecutivo, en uno de sus habituales giros
oportunistas, decidió cambiarle el nombre por “Día de la diversidad cultural
americana”. Pero, eso sí, igual que en los días de Yrigoyen, manteniendo
el carácter de feriado oficial).
El 12 de octubre de 1492, cuando los europeos llegaron a estas playas para
 “descubrir” y expoliar aquello que denominaban frívolamente “nuevas tierras”,
lo que se inició en realidad fue una política sistemática de exterminio de las
 civilizaciones que estaban en estas latitudes desde siempre. Con lenguaje
 actual diríamos que lo que comenzó en esa fecha trágica y emblemática
fue un gigantesco operativo de terrorismo de Estado. Cuyo punto de partida
 se dio con los pueblos originarios del siglo XV, siguió con los afrodescendientes norteamericanos explotados y reducidos furiosamente a la servidumbre,
 y continúa en nuestros días con las preciosas vidas suprimidas por el
gatillo fácil y la tortura en el conurbano bonaerense, o con los secuestros
 y desapariciones de estudiantes en Ayotzinapa, estado de Guerrero, México,
o con la criminalización de las organizaciones sociales de Honduras y
buena parte de los demás países de América latina y el Caribe, o con los
 prolongados encarcelamientos de mapuches en Chile o con la persecución
y el asesinato de los qom, pilagá, wichí, guaraníes y otras naciones del
norte argentino que reclaman legítimamente contra el saqueo de lo que es suyo.
Y, como siempre, las víctimas de este suelo fueron convertidas en
 victimarios y denominadas “salvajes”, abriendo la eterna historia
que se viene desarrollando desde el poder para blanquear a los genocidas.

América

“América” es el nombre que los asesinos conquistadores le colocaron
al continente. Pero el líder aymara Constantino Lima Chávez, más
conocido como Takir Mamani (1933) impuso el nombre de Abya-Yala,
 difundido antes que nadie por el pueblo kuna de Panamá.
El nombre, que significa “tierra en plena madurez” o “tierra de sangre vital”,
ya es utilizado por los indígenas en sus documentos y declaraciones
juradas, porque colocar nombres foráneos a nuestras villas, ciudades
y continentes es equivalente a someter nuestra identidad a la voluntad
de nuestros invasores y sus herederos.
Takir, que es el nombre de guerra empleado en sus luchas y acciones
 políticas, fue perseguido y enviado al exilio por la dictadura de
Hugo Banzer (1971-78). A su retorno a Bolivia fundó el movimiento
Tupaj Katari en 1978.
Las cifras difieren según la fuente, pero el exterminio costó la vida de
no menos de setenta millones de seres humanos. Civilizaciones enteras,
que habían desarrollado su cultura durante siglos y sus formas de
apreciar la naturaleza y la relación humana, fueron destruidas.
El imperio de los incas, para citar simplemente un caso emblemático.
El imperio de los incas, que el francés Louis Baudin (1887-1964)
denominó “El imperio socialista de los incas”, en su libro publicado
en 1940, fue avasallado por la voracidad de los colonialistas, insaciables
 de riquezas e insaciables de sangre indígena.

Exterminio

A fines del siglo XV, según lo planteó el antropólogo brasileño
Darcy Ribeiro (Montes Claros, Minas Girais, 26 de octubre de 1922 -
Brasilia, 17 de febrero de 1997), en el momento en que los conquistadores
 europeos arribaban a estas playas, existían en el continente aproximadamente
setenta millones de indígenas.
Un siglo después, de acuerdo a la misma fuente, solo quedaban unos
 tres millones y medio, es decir hombres y mujeres que, después de
haber sufrido la autodenominada “conquista de América”, quedaron
en la indigencia, ya que no pudieron usar ni gozar de las tierras que
ellos habían ocupado desde siglos.
El exterminio de la población lugareña fue casi total, “tanto en las
 condiciones infrahumanas en las que fueron tratados los aborígenes
 -según documentó el propio Ribeiro- como por el suicidio en masa
que existió en muchas comunidades cuando visualizaban que la
 miseria y la esclavitud era su único destino”.
Nuestros padres, abuelos o bisabuelos vinieron a estas latitudes huyendo
 de la pobreza o de la persecución. No sabían que venían a asentarse
en un lugar que antes habían pertenecido a los kollas, a los aztecas,
a los pilagá, a los guaraníes, a los wichí, a los qom, a los mapuches,
a los tehuelches, a los totonacas, a los huarpes, a los matacos, a los
diaguitas, a los calchaquíes, a los sioux, a los mayas y a tantos otros
 pueblos exterminados o alejados de su tierra natal.
Tampoco hay mucha conciencia en los hijos, nietos o bisnietos de los
inmigrantes europeos sobre la injusticia cometida. Los regímenes
explotadores siempre se las han arreglado para enfrentar a pobres
contra pobres. De todos modos no puedo dejar de admitir que,
al escribir este trabajo, me embarga un sentimiento dual, quizás
esquizofrénico, porque esta nota, sin duda, está destinada a reivindicar
a los pueblos originarios. Pero, por el otro lado, no me siento tan bien,
porque pienso que a lo mejor este escrito pueda formar parte de la mala
conciencia de los blancos por los crímenes cometidos por los indígenas.
De todos modos estoy aquí y tengan la más absoluta seguridad de que
 el autor de estas líneas, hijos de inmigrantes que llegaron acá
 escapándole al genocidio de ultramar, está un millón de veces más
 cerca de los hermanos indígenas que de los blancos explotadores y
 asesinos que han cometido tantos crímenes en nombre de sus pautas
culturales que ellos consideraban superiores.

Educación y cultura

La educación escolar que exalta los exterminios y la cultura de los blancos,
especialmente el cine de Hollywood, hicieron estragos.
Los “indios”, en esa percepción maniquea, falsificada, eran los malos
 e incultos; y los blancos, muchas veces personificados por John Wayne,
eran los sacrificados idealistas que venían a difundir aquí sus formas
específicas de vidas.
Eso dice la cultura oficial. Eso dicen los historiadores del sistema.
Eso dicen los educadores oficialistas. Eso dice el cine. Eso dice la televisión.
Pero nosotros sabemos muy bien quiénes fueron los verdaderos asesinos.
Y quiénes los que cometiron los crímenes más aberrantes.
Quiero detenerme especialmente en un episodio relativamente reciente,
pero que es el símbolo de todos los genocidios, de antes y de ahora.
Me estoy refiriendo a lo que la historiografía oficial argentina conoce
como “conquista del desierto” y que tuvo como jefe visible al general
Julio A. Roca. En julio de 1878, al hacerse cargo del Ministerio de
Guerra y Marina, Roca puso en marcha su plan de exterminio.
Roca estaba dispuesto a terminar con la población indígena del sur
(“los infieles”, como los denominaban, en esa época), para afirmar
lo que él llamó “la soberanía nacional”.
En ese mismo mes, en julio del 78, cada comandante de frontera recibió
 la orden de invadir las tierras de los indígenas.
Y Roca usó una palabra que, medio siglo después, utilizarían los nazis:
hay que emprender rápidamente una “campaña de limpieza”.
 La higiénica orden tenía como objetivo avanzar con prontitud hasta
la línea del Río Negro y, en lo posible, no dejar a nadie con vida.
En una carta que, en esos días, Roca le mandó a Adolfo Alsina, su
antecesor en el cargo, hablaba del “éxito de la campaña” y se vanagloriaba
 de que lo que él denominaba “fuerzas nacionales” pudieron “eliminar
al grueso de los contingentes indios y a sus principales caciques”.
Roca personalmente comandó la matanza. Fueron asesinados miles
de indígenas, entre ellos ancianos, mujeres y niños. Y el objetivo que
 perseguían lo lograron con creces, incorporando al “dominio soberano
 y efectivo de la Nación” una superficie territorial de 15.000 leguas,
contenida entre la antigua y nueva frontera que, en ese momento,
alcanzaba la margen septentrional de los ríos Negro y Neuquén.
Roca, sin embargo, no quedó satisfecho con este primer avance y
cuando asumió la presidencia de la República en 1880, emprendió
 nuevas operaciones de exterminio. El objetivo, nuevamente, era
 “limpiar la región”. Y para eso facultó a su Ministro de Guerra,
general Benjamín Victorica, a seguir matando indígenas sin miramientos.
La etapa final de la cacería se desarrolló en el corazón de la Patagonia.
 La heroica resistencia indígena no fue suficiente y la desproporción
de fuerzas y de organización militar coadyuvaron en el resultado final.
En 1883, cinco años después de que Roca iniciara su sangriento periplo,
todavía vagaban por ese territorio algunas tribus rebeldes reunidas
 bajo el mando del cacique Sayhueque. Para acabar definitivamente
con ellos, el gobernador de la Patagonia y su guarnición, general
Lorenzo Wintter, emprendió otra campaña de aniquilamiento que
se desarrolló entre 1883 y comienzos de 1885.
En esta última campaña dieron muerte a unos 3.700 indígenas combatientes
y a un número muy alto y no determinado de integrantes de las tribus.
El general Wintter (1842-1915, de origen alemán), en su informe al
general Roca, anunció: "Me es altamente satisfactorio y cábeme el honor
 de manifestar al Superior Gobierno y al país, que ha desaparecido
para siempre en el Sud de la República toda limitación fronteriza c
ontra el salvaje”.
El régimen expoliador estaba eufórico por la sangre derramada.
Y se refregaron las manos los terratenientes que incorporaron a
sus posesiones aquellos suelos arrancados a los indígenas.
(Nuestro querido Osvaldo Bayer estudió in extenso de qué modos
 esos despojos originaron la Sociedad Rural encabezada por la
familia Martínez de Hoz).

Genocidas de Roca a Videla

Roca y los suyos respiraron tranquilos. La oligarquía comenzó a hacer
 grandes negocios, catapultando a la Argentina ganadera y agroexportadora.
Y entonces fue cuando decidieron abrir la inmigración, suponiendo
que los pobres de Europa iban a convertirse aquí en una mano de
obra mucho más dócil que la de los indios y gauchos indómitos.
Pero se equivocaron, porque aquellos inmigrantes europeos, que traían
 las ideas revolucionarias de sus países de origen, se inclinaron también
 por la desobediencia y la búsqueda de justicia.
Entonces empezaron otras luchas y otras confrontaciones, la del
proletariado anarquista y socialista, que generó otros instrumentos
represivos como la Ley de Residencia, que en 1902 impulsó el
presidente Roca bajo inspiración del novelista y senador Miguel Cané (1851-1915).
Cien años después, en 1978, otra dictadura genocida, la del general
Jorge Rafael Videla, resolvió celebrar el centenario de aquella
 matanza que volvió a ser denominada como “Campaña del desierto”•
Videla celebrando a Roca es un poco el símbolo de la unidad de
los genocidas de distintas épocas en una Argentina que, parafraseando
al escritor peruano Ciro Alegría (1909-1967), siempre “fue ancha y ajena”.
Boleslao Lewin (Lodz, Polonia, 1909 - Buenos Aires, 1988), escritor
e investigador judío que se radicó en la Argentina huyendo de los
pogromos de su tierra natal, rápidamente se identificó con la tragedia
 indígena y, a principios de la década del 40 (cuando sus familiares
y compañeros eran exterminados por los nazis en Europa), publicó aquí
 su monumental biografía de Túpac Amaru, en la que documentó
de qué modo el imperio socialista de los incas fue avasallado
por la criminalidad de los godos, ávidos de riquezas y de sangre india.
Por eso levantamos las banderas de los dos rebeldes que se llamaron
 Túpac Amaru, el del siglo XVI, que fuera asesinado en la Plaza del
Cuzco por las huestes del virrey Toledo. Y el del siglo XVIII,
que nació con el nombre de José Gabriel Condorcanquui y que,
después de liderar uno de los levantamientos más sublimes de la
historia de la humanidad, fue asesinado también en El Cuzco
junto a su fanilia. Las banderas revolucionarias de Túpac Amaru
 son las nuestras.

Recuerdo

Hoy, en este feriado largo con que el sistema racista celebra el 12 de octubre,
 nosotros recordamos los 524 años de genocidio y discriminación que
 sufrieron los indígenas de estas tierras.
Sus luchas actuales, por la memoria de lo que pasó y por las humillaciones
y exterminios que siguen sufriendo hoy, son también de los luchadores
actuales que están enfrentando el terrorismo neoliberal macrista.
Hermanos aborígenes. Hermanos de los pueblos originarios.
Este hermano, este hijo de inmigrantes judíos que escaparon a
quí por otros exterminios, los saluda.