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jueves, 26 de junio de 2008

Emilio Vasquez Habla de Bustamante

GLOSA BIOGRAFICA DE JUAN BUSTAMANTE
Emilio Vazquez habla de Juan Bustamante en un libro de más de 400 páginas “La Rebelión de Juan Bustamante” editado por Juan Mejia Baca en 1976
Este es su contenido:
Vilque, la otrora ciudad ferial.- Don Mariano Bustamante y Ji­menez y doña Agripina Dueñas y Vera.- Juan Bustamante nace en Vilque.- Primeras letras con el padre.- Don Mariano Bustamante, guarda de los tesoros del Rey, en Lampa..- Estudios elementales de Juan en Cabanillas.- Juan Bustamante, hombre acomodado, anhela conocer el mundo.- Diputado por la provincia de Lampa, en 1839.­ Gran conocedor de la altiplanicie del Kollao.- Sus proyectos legisla­tivos frustrados.- Bustamante piensa en la redención del indio.- Los caudillos militares.- Puno y Arequipa, escenarios de las luchas cau­dillistas en el sur.- Por segunda vez, representante ante la Conven­ción de 1856.- El papel de Bustamante en el combate del 2 de mayo de 1866.- Prefecto en Cusco, Amazonas, Huancavelica.- Intendente en Lima.-:- Encauzamiento del río Rímac a costa de su peculio.- Descendientes de Bustamante.- Las zumbas de El

Murciélago.

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Vilque, distrito ubicado a 32 kilómetros al norte de la ciudad de Puno, hasta fines del siglo XIX fue un centro ferial de gran nombradía, es decir de inusitada atracción comercial en la América del Sur. Se refiere que anualmente venían des­de Tucumán y otras zonas de Argentina innumerables recuas transportando mercaderías de factura ultramarina, para su venta en la feria, ocasión en que además se vendían, al por mayor y menor, millares de caballos y mulos, previamente in­vernados en las extensas· pampas de Moro y Buenavista, a orillas del Titikaka.
De Chile venían también grandes recuas, trayendo cueros de toda clase, calzados para todo trabajo, maderas prepara­das para la confección de muebles de fina talla, fruta seca y en conserva; en fin, todo aquello que fuera susceptible de comercialización. De Colombia venía café, cacao, añil, telas de noble y mediana calidad, artículos llamados de mercería, etc. De Europa y los Estados Unidos se importaban implementos agrícolas y herramientas para todo género de trabajos artesa­nales. A su vez, de las ciudades y pueblos del Perú (ya independiente) incluyendo los de la costa, la sierra central y la "montaña", la gente acudía a Vilque solamente de compras.
Nuestra industrialización, aún incipiente, no tenía cosas nue­vas que ofrecer y vender en Vilque. Culpables de ello eran, desde luego, las permanentes luchas caudillistas: los gamona­les disputábanse, a porfía, la toma de la presidencia de la Re­pública, ambición insaciable del militarismo de aquellos tiempos.
Pero Vilque, otrora emporio comercial, inclusive de gran auge social, donde año tras año, hacia los días de la Pascua de Pentecostés, se repetía la renombrada feria en la cual -se cuenta- se hacían transacciones por nada menos que la can­tidad de cinco millones de pesos, por aquellos tiempos una suma fabulosa, extraordinaria, ha venido a menos. Si an­tes era una ciudad ferial amplia, capaz de alojar a innume­rables visitantes, forasteros y nativos, compraventeros nacio­nales y extranjeros, ahora es una población abandonada, un pueblo en ruinas, cuyos galpones, si pudieran hablar, dirían que el hoy pueblo de Vilque era, en otros tiempos, grande y rico, muy superior a Pucará, a Rosaspata, a Vilquechico, cen­tros también feriales del Kollao de entonces.
La decadencia de Vilque comienza cuando un día el ferrocarril trepó la cordillera de los Andes, descendió hasta la altiplanicie del Titikaka, llegó a Puno y arribó después al Cusco y también cuando comenzaron a navegar los vapores en el lago Titikaka, yel comercio y el progreso, la civilización y la cultura, tomaron otro sentido, distinto rumbo, y por tan­to, surgieron otros procedimientos de comercialización de los productos nacionales y extranjeros. Naturalmente, Vilque su­frió las consecuencias, pues a costa de su ruina, otros pueblos -caso de Juliaca, por ejemplo- sintieron llamar a sus puertas el toque de la prosperidad.
En Vilque, como en los pueblos que se levantan a lo lar­go de la cadena andina, el 24 de junio, día de San Juan, es una festividad que se celebra con pompa y algarabía propia­mente rurales. San Juan es la fiesta de los ganados, de los pastores y del advenimiento de las ventiscas invernales que se desatan, con mayor fuerza, en las regiones altas del país, en la meseta 'del Kollao, por ejemplo. La noche de San Juan, en los cerros de la sierra peruana, alumbran el espacio crepi­tantes fogatas destinadas "a caldear el ambiente helado del invierno", según reza la tradición.
Fue allí, en Vilque, cuando se celebraba la fiesta de San Juan y cuando en sus gentes no se había apagado todavía el entusiasmo de los días feriales, que nació Juan Bustamante el día 24 de junio de 1808, tal como él mismo lo declararía reiteradas veces. Es este mismo ciudadano vilqueño el que después de su muerte se tornaría en personaje si se quiere de leyenda; y al que intereses de todo orden y conveniencias in­confesables de la época, habrían de negar sus acciones gene­rosas, trastrocar su memoria y, finalmente, sumido en el ol­vido, al punto que ahora apenas si una que otra vez se le re­cuerda en breves crónicas y ocasionales artículos periodísticos. Se habla de Juan Bustamante, el Mundo Purikuj, sobre­nombre éste que se le aplicara por haber recorrido, una y otra vez, pueblos del Medio Oriente, de Asia y de toda Europa. Se le rememora más por los viajes que hizo que por las ideas que difundió y defendió. Se le recuerda, si ello en verdad ocurre, más por su carácter de trotamundos que por las ac­ciones de bien que llevó a cabo y las luchas que en favor de los indígenas, especialmente de Puna, emprendió hasta el sa­crificio y la inmolación innoble.
Juan Bustamante fue hijo del "caballero arequipeño don Mariano Bustamante y Jiménez y de doña Agripina Dueñas y Vera, natural ésta de Vilque, descendiente de Túpac Amaru,", dice Alfonso Torres Luna en una breve biografía (23) publica­da gracias al esfuerzo de Consuelo Ramírez Figueroa, su viu­da. (Aquella revelación que afirma que la madre de Juan era descendiente de Túpac Amaru no parece ser cierta, pues no se presentan pruebas ni se menciona documento alguno al respecto).

Don Mariano Bustamante ostentaba en la provincia de Lampa el grado de Teniente del Regimiento de Milicias Urba­nas de Caballería (24). Sin duda que don Mariano amaba entra­ñablemente a su hijo Juan; por lo menos eso es lo que él ha repetido en cuanto ocasión tuvo para hacerla. Por aquella época, es decir, cuando Juan era niño, anunciábanse aquí y allá (Caracas, Quito, Buenos Aires) los preludios de la gue­rra de la Independencia de América, guerra en la que el Perú tia podía estar ausente. Estos hechos no le permitieron a don Mariano educar debidamente· a su hijo y darle la ins­trucción esmerada que se merecía, tanto por sus cualidades de niño bien dotado, de que ya había dado pruebas, cuanto por el rango social que el caso indicaba.
El nivel cultural de Puna era en aquella época, como en todos los pueblos del interior del Perú, de suma estrechez. No había escuelas públicas eficientes. Uno que otro sujeto del común de las gentes sabía leer y escribir. Si algún plantel de instrucción existía en determinados pueblos de la sierra, era la catequística parroquial, escuela siempre regentada por el señor cura que tenía que comenzar obligadamente por el "Cristos, a, b, c, ch", para terminar en la ritual amonestación y la consiguiente captación de prosélitos. En vista de estas dificultades, el pequeño Juan debió ser llevado por la madre a Cabanilla (25), pueblo cercano a Vilque. Allí fungía de "educador competente" el señor párroco, seguramente de mayor prestancia y reputación regional que el de Vilque. El estu­diante de la escuela parroquial de Cabanilla era muy. inquie­to, apto y perspicaz. El resto de su aprendizaje, sumado a la memorización de los salmos de David (como diría después el viajero) que el padre le había dejado, era cuestión de su propio esfuerzo e iniciativa. Hay que tener en cuenta que hacia 1812 todo indicaba que la guerra de la Independencia del Perú era un hecho. Y don Mariano Bustamante ya esta­ba alistado en los ejércitos realistas, por tanto privado, de educar debidamente al hijo. "Demasiado hizo, pues, mi se­ñor padre -dice Juan Bustamante- encargándose por sí mismo de mi educación; es decir, empeñándose en fijar en mi mente todas las máximas de una religión a prueba de bomba, y apoyada en los salmos de David, tras cuyo aprendizaje me llevaba noche y día, con tal cuidado y tal esmero, que hasta logré estampar, muchas de ellas, en mi memoria" (26).
Hijo de padres ricos (la madre era propietaria de exten­sas haciendas), de manifiesta notoriedad social en el medio, la educación propiamente dicha -la pedagógica- la. hizo Juan Bustamante en sus primeros años, frente a la naturaleza y el trato cotidiano con el medio que lo rodeaba. Las experien­cias vividas en la pubertad y en la adolescencia debían ser, por imperativo de las circunstancias, sus positivas y durade­ras impresiones.
Aparte de ser doña Agripina una matrona de no pocas virtudes, como es natural, anheló para su hijo la mejor preparación intelectual. Sin' mayores luces, Juan salía de la pubertad: a los trece o catorce años era ya un adolescente, o algo más que eso. Esta etapa del desarrollo bíopsíquico tiene sus características definidas en todo muchacho. En el caso de Juan Bustamante, entrado ya en los veinte años, sería debidamente ejercitada y cumplida la loca bohemia pueblerina, ora en Cabanilla, ora en Lampa, ya en Vilque, su tierra natal, o en Puna. Vencidos los veinte años, había que pensar más seriamente: había que estudiar. ¿Dónde? Se dice que en Puna y en Arequipa. Debió estudiar en Puna, puesto que allí contaba con parientes, amigos y otras vin­culaciones. Consuelo Ramírez de Torres Luna afirma que en la- casa de la familia de las "señoritas Miranda" Juan Bustamante tenía su apartamento. Allí debió entonces escrutar atentamente el panorama de su existencia y pensar en el futuro. La hacienda Urcunimuni, de sus antepasados -recuerda la señora de Torres Luna- fue repartida entre sus colonos, es. decir, entre "sus amigos, los indios", con quienes había vivido jugando a campo traviesa en sus me­morables días de la infancia.
Ya hombre, hecho y derecho, después de haber estado un tiempo en Arequipa, la tierra de su padre, vuelve a sus lares nativos. Piensa en que es hora de trabajar. Las nece­sidades de,la propia existencia', "la sorda crítica de los veci­nos" y el juicio fiscaliza dar del ambiente, así lo exigían. Se dedicó entonces ala productiva actividad de compra-venta de lanas en Puna, negocio en el que ganó mucho dinero y con el que después viajó por el ancho mundo para ilustrarse mucho e instruirse, en alguna medida, en el conocimiento objetivo de otros países.
Pocos años después de la Independencia, las ambiciones caudillístas emergen en el fuego de la beligerancia armada. Gamarra con Santa Cruz, viejos amigos desde las aulas del Seminario de San Antonio Abad, en el Cusca, guerrean sin darse tregua para destruirse mutuamente. Vlvanco contra CastiIla; Orbegoso se entiende precisamente con Santa Cruz mediante un "pacto ominoso", celebrado en Vilque el 8 de julio de 1835, según comenta Luis Alayza y Paz Soldán (27). (Lo cierto es que en Vilque quedó bosquejada, si no definida, la Confederación Perú-boliviana).
Ante el doloroso cuadro de la guerra sudperuana, Juan Bustamante, hombre de paz, de espíritu constructivo, gran patriota, demócrata de todas veras, de sentimientos humani­tarios, preferentemente en todo cuanto se refiere a la clase indígena, de la que procede, un día es elegido representante por Lampa ante el Congreso de 1839-40. Clausura das las se­siones, Bustamante retorna a Puno, donde hace las cosas qu~ atañen a sus bienes: vendidos y repartidos entre sus colo­nos. Luego decide emprender viaje hacia otros países, espe~ cialmente a los de Europa. Lo hace llevado por ese anhelo de toda su vida: conocer mundos que están más allá de los límites de la patria, como diría él. Caballero andante, soñador -pero no iluso- sale de su "mancha" altiplánica, montado en un mulo trotón y gran conocedor de los caminos ásperos, escabrosos y de sorpresivos tremedales de las pampas y cor­dilleras kollavinas.
Es curioso: después de una breve estada en Lima en su condición de diputado por Lampa, Bustamante va al Callao y contempla la llegada y la salida de buques que traen mer­caderías y cargan la producción agro pecuaria y minera del Perú. Es entonces cuando decide cumplir con su gran anhelo. Pasado un tiempo, aborda un buque de velas y se lanza sin vacilaciones a su primera aventura. Su propósito es viajar,
acaso sin itenerario fijo. Es un viajero de extracción provin­ciana, pero no por ser provinciano menos idealista. En tanto que una despiadada burguesía rural hostiga, veja, roba y azota a sus congéneres, Bustamante piensa en la emancipación del indio, de ese peruano genuino que realizará algún día -dice esperanzado- la grandeza del Perú.
Las condiciones socio-económicas del Perú post-emanci­pación tenían que ser notoriamente deficientes. Las pocas señales de progreso de parte de algunos elementos persona­les o institucionales se veían siempre frustradas por ambi­ciosas intervenciones caudillistas. Cada uno de los genera­les o coroneles surgidos de las acciones libertadoras de Ju­nín y Ayacucho, guerreaba en procura de alcanzar la pre­sidencia de la República. ¿Acaso en alguna ocasión (1836) no gobernaron el Perú hasta dos presidentes? La naciente República contaba entonces con algo menos de un millón de habitantes. Un cúmulo de acontecimientos, como resul­tado de la beligerancia política, tenía que banderizar obli­gadamente a los hombres y a los pueblos. Teníanse que sem­brar por fuerza odios Y' prevenciones. Un pueblo, política y culturalmente en la etapa de la pubertad, vivió en perma­nente pugna. Luchas sordas, declaradas de región contra re­gión, de ciudad contra ciudad, de familia contra familia, no auspiciaban la paz interna. La zozobra, el nerviosismo y la decepción de los pueblos peruanos, no permitían alcanzar realizaciones valiosas. De la noche a la mañana, cualquier quídam sentaba condición de alto dirigente, o se erigía, sable en mano, jefe de una "causa justa", autotitulándose defen­sor de la patria, de la república y de la democracia. Pero a renglón seguido, súbitamente, el hoy estado de cosas, cambiaba con el nuevo amanecer.
El sur del Perú, en los azarosos albores de la Indepen­dencia, era, pues, teatro de enconadas luchas caudillistas. Arequipa -según refiere Flora Tristán- día y noche olía a pólvora quemada. Puno, por sus especiales condiciones geopolíticas, era un amplio y cinemático escenario de sor­presas, campo de batallas menudas, constantemente ocupa­da la ciudad por gentes ignaras, pero bajo el comando de generales cundas que, a su arbitrio, imponían a las pobla­ciones y a las áreas rumles cupos y tributos, "contribucio­nes patrióticas" y "préstamos", que dejaban exhaustas a las instituciones y a las gentes, señaladamente a los indios, po­bres bestias de carga que todo lo hacían, que todo lo debían pagar.
Juan Bustamante contaba, a estas alturas, entre 25 y 30 años de edad. Inclusive fue autoridad de segundo orden en Puna, Lampa y Cabanilla. No quería ni buscaba ser hombre rico, sino hombre útil a su terruño, útil a la sociedad, a la patria. No era una mentalidad altamente instruida, sino un ciudadano honesto, acendradamente progresista, generoso, magnánimo. Se refiere -ya se ha dicho- que antes de em­prender viaje (el primero) a los 33 años de edad, dejó repar­tida entre sus colonos una de sus haciendas, es decir una de las que poseía en Cabanilla. Las otras dos estaban en Vilque y Capachica (28).
Su espíritu de lucha, su afán progresista y su disconfor­midad con la explotación, la servidumbre y los vejámenes de que los indios eran víctimas por parte de las autoridades y los gamonales, hicieron que su decepción fuera mayor cuando estuvo en Europa, el viejo continente de pueblos cul­tural e industrialmente evolucionados, y donde vive y ad­quiere nuevas y valiosas experiencias (29).
Vuelto al Perú; vía Valparaíso, en 1844, Bustamante desembarca en MolIendo, desde donde se encamina directa­mente a Puna. En 1845 se le ve como diputado titular por Lampa (30). Insatisfecho seguramente de su primer vIaJe, vuelve a Europa en 1848, oportunidad en que recorre casi todas las naciones del viejo mundo y los del Medio Oriente. Presencia en Francia los graves acontecimientos de la revo­lución popular de París, en 1848. Bustamante retorna al Perú, vía Nueva York y México, en junio de 1849, desembar­cando en el Callao.
Sus. calidades morales e intelectuales pesaron, segura­mente, para que en 1856 Bustamante fuera otra vez elegido diputado por Lampa ante el Congreso de ese año. Con mayor ímpetu que en 1839, el representante liberal ataca esta vez a los generales-caudillos, acusándolos de ser culpables del atra­so del país y ser causantes, además, de las iniquidades que se cometían cap. los indios. Su credo indignista es, pues, va­liente y decidido. Está resuelto a enfrentarse a todo cuanto pudiera sobrevenirle. La Constituyente de 1867 ya no lo cuen­ta entre los representantes de Puna. Por Lampa son Federico Luna y Agustín Pastor. Por el cercado de Puna, José Luis Quiñones y Manuel Costas.
Por su propia cuenta, ya en su tierra, Bustamante mandó construir dos puentes sobre los ríos de Cabanillas y Pucará (1863), que dificultaban la intercomunicación regional, en los meses de verano, de intensas lluvias en el mundoan­dino. Nombrado intendente de Policía en la capital de la República, Bustamante quiso dar pruebas, una vez más, de su criterio acerca de lo que debe ser la función pública: exprimió las multas a los infractores de la ley, costumbre instituida por las autoridades que le antecedieron. El mismo refiere. (31), además, que mandó encauzar las aguas del Rímac, a costa de su propio peculio, producto, según Torres Luna, de la venta de sus propiedades en Puna. La obra costó la suma de 80,000 pesos. Mayores pruebas de desprendimiento patrió­tico no se pueden pedir a nadie.




En 1864 Bustamante fue nombrado prefecto del departa­mento del Cusco Una de sus mayores preocupaciones al asumir el cargo fue, como lo hizo en Lima, suprimir las lla­madas multas, cualesquiera que fuesen las personas deman­dadas. Este hecho tenía que provocar, lógicamente, antipa­tías por un lado y simpatías por otro. Bustamante hizo al­go más: como en Lima con el río Rímac, mandó encauzar el río Huatanay, que tan mala fama y peor aspecto daba a la ciudad imperial. Otro de los propósitos de Bustamante fue sancionar los crueles abusos que se cometían con los indios. "Esta insólita y extraña actitud del prefecto -decían los potentados, las autoridades subalternas de provincias y las organizaciones religiosas de la ciudad- hay que combatida sin tregua, sin descanso". Desde luego, la parte sana de la ciudadanía aprobaba las justas medidas tomadas por ese modelo ae autoridad que era el prefecto Bustamante. Pero esa autoridad no duró mucho, pues las maquinaciones de los poderosos en la política capitalina pudieron más, determi­nando su cambio. "El coronel Bustamante fue prefecto del Cusca desde el 29 de junio de 1864 hasta el 8 de agosto del mismo año. Por disposición del gobierno fue reemplazado por el coronel Mariano Ignacio Prado" (32). La circunstancia de que en el cargo de prefecto estuviera tan poco tiempo no obstante las obras benéficas que realizó, dicen mucho sobre las razones que pesaron en el gobierno y las presiones que se ejercieron sobre él para que se decidiera su cambio.
Hay algo más en la vida de este sencillo varón y ejemplar ciudadano. Debido a los propósitos de reivindicación o reconquista de las colonias perdidas por España, en Junín, Ayacucho, en 1824, se cernía sobre el Perú la guerra con Es­paña. La presencia de la Comisión Científica en las costas del Pacífico, al mando del almirante Pinzón, tenía que poner en alerta a toda la América del Sur, especialmente al Perú. El combate de Abtao, en Chile (7 de abril de 1866), demos­traba que la guerra con España era un hecho. La cuestión de Talambo, en el norte del Perú, fue oportuno pretexto para la toma, por la escuadra española, de las islas guaneras de Chincha.
El Perú (no cabía duda) estaba, pues, en los prolegómenos de la guerra, situación que desde los primeros momentos advirtió Bustamante. Fue así como el ex-diputado viajó rá­pidamente a Puno, ciudad donde reunió gente patriota y con ella formó un batallón. Lo instruyó personalmente, lo armó mal que bien, equipándolo por su cuenta. Gracias a su ascen­diente moral en la tierra que lo viera nacer, gracias a su per­suasiva oratoria, logró enfervorizar y disciplinar a ese su ba­tallón puneño, al frente del cual Bustamante se puso en ca­mino con sus soldados kechwas, aymaras y mestizos de Vil­que, Cabanilla, Lampa, Huancané, Puno, etc.
Trasponiendo páramos y montañas, la improvisada tropa arriba, al fin, a la ciudad de Arequipa. El general Mariano Ignacio Prado, entonces prefecto del departamento, había encabezado la revolución del 28 de febrero de 1865, por lo que el ambiente mistiano azume fervor revolucionario. Busta­mante, con su improvisada unidad, se suma a las del gene­ral Prado, hecho que determinará después una amistad du­radera. De este modo, Puno y Bustamante, contribuyeron eficazmente a los acontecimientos históricos que culmina­rían con el triunfo del 2 de mayo de 1866, en el Callao. Fue precisamente a raíz de ese acontecimiento que se le reco­noció el grado de coronel, que bien se lo merecía. Con ese grado militar paseóse por el Perú y el mundo, aunque sin mencionarlo sino en ocasiones inevitables.
De Bustamante no se puede decir que era nómada por naturaleza; tampoco se le puede tildar de dromomanía. Era, más bien, un activo y serio deportista, un espíritu de ideales superiores. Aunque poco instruido, culto para su tiempo. Buscaba ampliar, cada vez más, su visión del mundo e ingre­sar Ha la universidad de la quimera" -que diría Ricardo Ro­jas-, aquella que permite a ciertos caracteres, por autoedu­cación, enriquecer experiencias fecundas y obtener conoci­mientos múltiples para ser útiles a la sociedad. Es lo que en realidad hay que pensar en tratándose del incansable via­jero, que con motivo de su segundo recorrido por Europa decía: "Al abandonar de nuevo el Perú, en 1848, excitado por la pasión de ver mundos, porque es mal del que desgraciada­mente no podré curarme nunca, ni remotamente pensé en que, sin quererlo, vendría a' sentir la necesidad de entretener al público hablándole de mi persona .. Se me figura haber dicho de mi viaje anterior, todo cuanto se podía decir". (33) Mal del que nunca podré curarme, declara paladinamente. En buena cuenta, ésta es una confesión consciente, propia de su perso­nalidad. Pero desde donde fuere, siempre retornará a la pa­tria. Inclusive vuelve una y otra vez a los lares que le vieron nacer. "Todos debemos al país nuestras pocas o muchas lu­ces y nuestros desvelos", decía este romántico y generoso se­ñor que sentía a la patria en su significación profundamente humana, porque la patria no solamente es para él la entidad física o territorial, sino que reside en sus valores inmanen­tes y trascendentes. Medita, instante tras instante, en el por­venir del Perú, sin dejar las cosas que se refieren al bienestar del terruño. Le preocupa, ahíto de nostalgias y añoranzas, los amigos de la infancia. Pero piensa y reclama, por encima de todo, en la necesidad de hacer justicia al indio, cruelmente ultrajado por los gamonales y menospreciado por las autori­dades.
Dondequiera que se halle, Bustamante piensa en la gran­deza del Perú, en la paz y el trabajo. "Esta es la satisfacción que más apetece mi alma -declara- como que nada quiero tanto como el bien de mi amada patria. Ese será siempre el objetivo de mi idolatría, y, particularmente, de los pueblos de mi provincia, a los que me unen vínculos de una amistad sincera, contraida desde la infancia con un sinnúmero de per­sonas: amistades cultivadas con toda lealtad y una limpieza cordial. Merecían aquellos mis amigos este tributo de mi gra­titud:' (34).
Hay una fotografía (seguramente es una de las últimas) de este ilustre hombre que exorna el folleto El viajero Bus­tamante, (35) por Juan A. Bustamante, su nieto. Esta fotogra­fía, a nuestro entender, es muy expresiva no sólo desde el pun­to de vista antropológico sino psicológico. Intentemos, pues, interpretada, siquiera de pasada, ya que ninguno de los auto-
res que se han ocupado de él hablan de cómo ha sido o pudo ser este ex-diputado por Lampa, prefecto en varios departa­mentos del Perú y viajero incansable. Se nos ocurre que fue dueño de un continente antropológico definidamente kolla. Parece ostentar una cabeza redonda, un tanto achatada la am­plia frente, que no es, precisamente, la frente del aymara. , . Seguramente cubríanle la cabeza unos cabellos negros y la­cios, compartidos por el centro en dos espesas porciones. La mirada acusa firmeza de carácter a la par que sinceridad en los actos. Ojos de pupilas negras, moviéndose en los orbicu­lares, muy enérgicos y vivaces. La nariz sí parece ser ayma­ra: casi aguileña y un tanto achatada en las fosas .. De anchas espaldas y hombros levantados, con una amplia caja torácica donde se alojaban un corazón generoso y unos pulmones re­cios, propios del hombre andino.
De Bustamante se podría decir que era "hombre bueno por los cuatro costados" .. Habiendo sido persona rica, sus bienes y sus haciendas los entregó a sus colonos y a sus ami­gos. Sin duda alguna es el primer reformador agrario del Perú, noble causa por la que luchó sin tregua hasta su exe­crable inmolación, mejor dicho, su abominable asesinato. Por lo que pensó, por lo que dijo, por lo que hizo y pudo realizar, aunque sólo a medias; por la causa de la redención del indio que lo llevó al sacrificio, se puede expresar enfáticamente que fue un hombre justo, de conducta cabal. Todo lo quiso para los demás, nada para él. Faltábanle, sin. embargo, las lu­ces de la ciencia y la preparación intelectual que su inteligencia merecía; pero tuvo, en cambio, la lucidez de las concien­cias incontaminadas. Tenía una exacta noción de las cosas de la cultura, del progreso y la civilización. Espíritu sano y limpio como el suyo, es caso raro en un mundo agitado por intereses y conveniencias inconfesables. Como todo hombre idealista y de talento, Bustamante no fue comprendido por los hombres de su tiempo, mucho menos por aquellos gober­nantes militares que, en tácito acuerdo para hacer turno, tomaban el gobierno de la nación. (En realidad, si se repasa la historia del Perú de los primeros decenios posteriores a la Independencia, se verá que hay muchos ejemplos de ambicio­nes inconfesables). Tal vez fue por eso que sus adversarios le llamaron el loco Bustamante. Se apreció de "locuras" las cosas que él dijo e hizo en su tiempo, sobre todo en su tierra natal. Pero sus "locuras" consistían en anunciar ideas altruís­tas y de justicia social en favor de las clases campesinas, de comunidades circunvecinas, de haciendas enteras. Habién­dole tocado luchar en un mundo sórdido y egoísta, tanto con la palabra como con los hechos, está claro que las fuerzas po­derosas que se le oponían habían de llamarle "loco".
Hombre de realizaciones, tenía que lanzarse contra las autoridades po1íticas, siempre coludidas con los gamonales (señores de horca y cuchillo) y la ociosa clerecía provinciana. Surge aquí, bien a las claras, que hay que llamar a Bustaman­te hombre justo, héroe civil, con mucho o poco de genial. En todo caso, de generosidad probada, de alta comprensión so­cial, tal vez sin par en ese su tiempo de oscurantismo, de so­corridas lealtades y de enriquecimientos ilícitos.
Bustamante no tuvo hermanos; pero sí dos hijos: Juan Bustamante Jara y Sofía del Carmen Bustamante y Contreras. Juan, todavía muchacho, acompañó a su padre en muchas de sus acciones heligerantes (36). Muerto el padre, Juan empren­dió estudios universitarios en Arequipa; pero -nos decía Ma­nuel J. Bustamante de la Fuente-, por quién sabe qué cir­cunstancias, no los culminó, y -según señala Ricardo Busta­mante y Cisneros- "en cambio fue un próspero comerciante en telas de alta calidad, procedentes de Europa y Asia, pues era el único importador de sedería y mercería para su venta al por mayor Y menor, en el sur del Perú".
Gracioso. Manuel Atanasio Fuentes se regodeaba tomán­do le el pelo a Juan Bustamante. Como se ha dicho ya, el gran viajero era intendente de Policía (hoy se denomina pre­fecto) de la ciudad de Lima. Con este motivo, lo tomó a car­go El Murciélago. Acaso sus zumbas se pasan de la raya -como se dice- poniendo el pie en las lindes del insulto. Don Manuel Atanasio Fuentes quería que el intendente, de la noche a la mañana y sólo por ser tal, pusiera en la ciudad de Lima las cosas en orden. Reclamaba limpieza, orden en el tránsito, luz en la oscuridad de las calles apartadas, y se librase de ladrones y asesinos a la vieja ciudad de los virre­yes. Si las calles de Lima no tenían alumbrado público!, cul­pa era del intendente; si ellas estaban inundadas de aguas negras, y llenas del estiércol que dejaban los caballos halado­res de coches del servicio público, de las vistosas calesas par­ticulares y las "victorias", culpa era del intendente; si los la­drones asaltaban aquí y allá, culpa era del viajero y ex-di­putado por Lampa. Más aún, si los negocios de la pretensa República democrática peruana andaban mal, culpa era del intendente de Policía, de la lncunvencia de Porquería, como gustaba calificar al despacho público a cuyo frente estaba el coronel del ejército peruano Juan Bustamante.
Cuenta El Murciélago en uno de sus artículos, que un día escuchó en el portal de Botoneros un diálogo entre "dos animales de charreteras". De pronto advirtieron éstos -di­ce- que en los escaparates de una de las tiendas se exhibían caricaturas, seguramente de personajes de la política del momento. Uno de ellos dijo:
"-No quisiera ser sino intendente para poner a ese pí­caro francés en la cárcel.
"-¿Por qué? -preguntó el otro.
"-Porque es muy inmoral esto de estar haciendo caricaturas; esto no se hace en países cevilizados. (Sic).
"-¡Ah! ¿Y qué hiciera Ud. con El Murciélago?
"-Le daría de palos al escritor si fuera intendente, por­que en países cevi'lizados (sic) no le permitieran escrebir (sic) con tanta inmoralidad.
"Por el sonidito de la voz -dice El Murciélago- y por el olorcito a llama, bien se comprendía que el individuo era de por allá, y como que daba el nombre de países cevilizados (sic) a los pueblos de Puna, donde seguramente no hay ca­ricaturas ni muréiélagos escritores".
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A lo largo de varios artículos, que tanto tienen de puña y de barrero, El Murciélago machaca con los estribillos, como por ejemplo: "U. que ha estado en Europa", "U. que ha visitado otros pueblos cevilizados ", "U. que ha estado en las grandes ciudades del mundo ", "Diga U. D. Bustamante ... ", "D. Burro Andante ... ", "¿no sería mejor ... ?", "¿no estaría mejor?", "Vea Ud. S. Intendente ... ". y así otras muchas lindezas (37).
El señor intendente jamás contestó una palabra.


Notas:
(23) Puno histórico. Colegio Unión, de &aña, p. 248, Lima, 1968. (24) Ver anexo. Documento N? 1.
(25) Bustamante habla de Cabanillas, pero hay que suponer que, en realidad, se refiere a Cabanilla, distrito éste de la provincia de Lampa, creado en 1825. Cabanillas, en cambio, es de más re ciente creación (28 de febrero de 1958), pertenece a la provincia de San Román, y surgió sólo como una estación del ferrocarril Arequipa-Puno. Oficialmente se le llama Deustua.
(26) Viaje al antiguo mundo. Segunda edición. Imprenta Masias, Li­ma, 1845.
(28) Estas referencias corresponden a Consuelo Ramfrez de Torres Luna, nieta del viajero. No hay testimonios escritos al respecto, pero todo indica que así debió ser, dado el carácter desintere­sado de Bustamante.
(29) "En Jerusalén recibió el diploma de Caballero del Santo Sepul­cro. En la India estuvo siete meses. Conoció Macao y Cantón, y de allf emprendió viaje a América del Sur. El 24 de enero de 1844 salió de Valparaíso con rumbo a Islay, adonde llegó el 1! de febrero. Había invertido casi tres años en dar la vuelta a mundo". (Jorge Basadre. Historia de la República del Perú, Editorial Universitaria. Lima, 1'968.
(30) En 1848 Bustamante sigue siendo diputado por Lampa/ Y co­mo tal, forma parte de la Comisión de Minería· (agosto 7 de 1847). Crónica Parlamentaria, t. III.
(31) Ver Anexo. Documento NQ8.
(32) Hildebrando Fuentes.El Cusco y sus ruinas, Lima, 1905.
(33) Juan Busta~ante. Apuntes y observaciones civiles, políticas y religiosas, etq. "Advertencia". Imprenta Lacrampe, Sons y Com­pañia, París, ~849
(34) ¡bid.
(35) Juan A. Bustamante. Compañía' de Impresiones y Publicidad, Lima, 1956.
(36) "Juan Bustamante, el viajero, sólo tuvo dos hijos: Juan y So­fía. Juan, por su madre, Jara. Sofía casó con Leonidas Mostajo; tuvo cuatro hijos: Carmen, Elena, Julia y Juan. Juan, casado con Mercedes Valdivia Lizárraga, tiene cuatro hijos: Gloria, Juan, Marcelo y Jaime. Sofía Bustamante Contreras casó con Figueroa Lancho. Tuvo tres hijos: Sofía, Zoraida y Adán. Zo­raida casó con Ramírez. Tuvo cuatro hijos: Julia, Zoraida, Con­suelo y Arturo. San Miguel (Lima), 15 de diciembre de 1973". (firmado) Juan A. Bustamante.