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lunes, 16 de mayo de 2011

EL ARCO DEUSTUA

EL ARCO DEUSTUA EN LA CIUDAD DE PUNO

Jesús Santisteban Ávila (1)



¿Por qué lo denominan Arco Deustua si se construyó para honrar la memoria de los vencedores en las gestas libertarias de Junín y de Ayacucho?
Para darle forma y consistencia granítica las canteras de Vilque –población quechua- proporcionaron bloques de piedra de apariencia porosa, color indefinido con tendencia a gris obscuro, fuertes, resistentes a las tempestades naturales del Altiplano y también a la erosión.

Productora de quinua real en gran escala así como del sabroso kañiwako y de la simpática pitik’iña: Vilque ostentaba en aquella época prestigio y resonancia como punto de intersección comercial, tanto así que habitualmente confluían comerciantes itinerantes de los valles de Majes, Moquegua, Locumba; y también de las regiones del Tucumán, Salta y Córdova en el norte argentino. Los “arrieros” regresando a Puno sin mayor carga de retorno, se encargaron de transportar los bloques de piedra para construir pilares de variados tamaños. Sus anónimos artesanos, al parecer, fueron constructores y picapedreros de Chucuito, Ciudad de las Cajas Reales.

Erigido alrededor de 1870 en el límite norte del antiguo trazo de la ciudad lacustre de Puno, el arco aparece en la simpatía de su población acompañado de la denominada glorieta o mirador.
Tiempos románticos aquellos. Lo cierto es que para solaz de las familias sitadinas, la glorieta permitía –como hasta hoy- observar en detalle la fisonomía de la ciudad al compás del rumor emergente de sus actividades: madres reclamando a viva voz; gritos alrededor de juegos infantiles; choques metálicos del pequeño tren de patio transitando de la estación al muelle; camiones cargados subiendo la cuesta. Por aquella zona empinada continuaba el viaje sin retorno de casi todo el ganado vacuno procedente de las pampas de Acora y de Ilave con destino a los centros de engorde de Majes o Camaná, para luego ser “beneficiado” en los mataderos del Callao.

En la actualidad el monumento exhibe 130 años de vida material, y aunque no lo crea, también vida afectiva. (1) Recordemos cómo imperceptiblemente los sikuris de la tradicional y añeja Juventud Obrera se convirtieron en usuarios temporales del arco para ensayar música en homenaje a la virgen de la candela en febrero; y de san Juan de Dios –protector de enfermos, contusos y desahuciados- en marzo. Clarísimo el golpe del bombo acelerado convocando al ensayo bullicioso y pertinaz, se le escuchaba más allá del parque Pino.

A lo largo de cien años del siglo XX el arco se convirtió en escenario cultural permanente que la colectividad –cada vez que pudo- supo aprovechar en forma adecuada.

Coincidente o colindante con el lugar de su construcción se ubicaba, hace mucho tiempo, el antiguo cementerio o apacheta de Santa Bárbara. Las fiestas del carnaval, tan esperadas por la colectividad agrícola de nuestras comunidades, al finalizar la alegría del acontecimiento, reunía  deudos alrededor del recuerdo de sus seres queridos, allá en Santa Bárbara. Por eso, el tradicional cacharpari (cacharpaya para el folklore del norte argentino) constituye la misma visita programada en febrero y sólo en febrero, desde tiempos inmemoriales. Y de ahí la actual e infaltable romería al arco, para trocar la experiencia festiva de una semana casi completa, en canto melancólico de despedida.

Lo que los constructores del monumento no imaginaron nunca es que éste se convertiría en sumatoria de perfiles alargados produciendo engarces de luz, de los cuales, los carolinos dirigidos por don Carlos Rubina Burgos aprovechaban para practicar ejercicios de perspectiva, trazo y sombreado.
Cuenta la tradición que los enormes bloques de plata de los Salcedo, extendidos desde Paucarcolla para adornar el ingreso virreinal de quien sería el ajusticiador, asomaron por el sector norte de la antigua villa de Puno. De allí hasta la culminación de Laykakota, los bloques de plata de los Salcedo seguirían negando el dolor y la tragedia de poblaciones aborígenes condenadas a la explotación minera.

El arco –tantas veces mencionado- hoy patrimonio indiscutible del barrio Independencia ya no reúne como antes a las familias puneñas en la expansión del paseo programado para el jueves de carnaval. Aquella fue época muy recordada por cierto, en la cual sandías, uvas frescas, melones, abridores a granel y chicha de maní para las niñas y niños, adornaron el brindis y el abrazo de su Pueblo. Otros tiempos, otra dimensión de conducta carnavalera: despreocupada, comunitaria, feliz.

Nota (1) Este comentario fue publicado anteriormente en noviembre del 2001.
(santispuno@gmail.com//http://jesussantisteban.blogspot.com/)