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sábado, 18 de abril de 2020

El Momento Histórico, por Lizandro Luna


El Momento Histórico.
En tiempo de Pedro Vilca Apaza

Tres siglos de opresión, con su influencia letal. Pensaban como tres montañas de plomo sobre el cadáver del imperio. Bajo aquel peso enorme habían ido desapareciendo las obras admirables del lnkario logradas en largos siglos de paciente labor. La conquista fue como un cataclismo para aquella organización. Destruyó la sociedad indígena y su economía. Trajo por tierra el maravilloso y armónico sistema Comunista de gobierno. Pueblos íntegros fueron diezmados. 

Desaparecieron sus magníficas obras de irrigación, Sus acueductos. Sus caminos espléndidos, sus edificios seculares. De todo esto quedaron ruinas. El capital humano también iba disminuyendo. De once millones de habitantes, con que contaba el Imperio antes de la conquista, se habían reducido a menos de cinco en aquellas fatídicas tres centurias. Pavorosa proporción. Marchando a aquel ritmo la despoblación sería total. Este hecho, da la medida de la obra destructora de la Conquista debido al bárbaro sistema de gobierno impuesto a los pueblos sojuzgados.

Del Imperio floreciente de ayer solo quedaban vestigios y escombros. Reinaba entre ellos un silencio de necrópolis. El dolor la angustia, cerraban sus férreas tenazas en torno a la sufrida raza. Pero esta soportaba en silencio su martirio. Parecía de bronce, Resistió estoicamente. Ni uno quejo. Ni un alarido de protesto. Sus reacciones violentas habían sido ahogadas en sangre desde la rebelión de Manco II en 1535. El Perú estaba sumido en una inmovilidad cataléptica. en un letargo mortal. El régimen colonial parecía. haberse impuesto definitivamente.

En rápido bosquejo enfocamos lo situación. Los indios marchaban en rebaño a ser devorados entre las fauces voraces de lo mita, los obrajes. Los cañaverales. las encomiendas. Eran estos centros de bárbara e inhumana explotación. Verdaderos infiernos dantescos. Ahí entraban los indios por millones, en racimos humanos impresionantes, la mayoría no volvió a salir. Quedaban sus cenizos. Huesos calcinados, sangre y lágrimas, eran el combustible de aquellas hogueras gigantescas. Es que el hombre había perdido su condición de persona. Estaba convertido en animal de sufrimiento. Había descendido al plano de lo bestia de carga. Estaba en la misma categoría del perro o del gato ante el criterio despótico del amo. El que nada tenía pagaba con su persona el delito de vivir. 

El que era yanacona de nacimiento se consideraba como siervo. De hecho, perteneció al dueño de la tierra donde había visto lo luz. Y era irredimible. Si era hijo de la comunidad. el mal era mucho peor; llevaba desde antes de nacer el marco infamante del esclavo. El casado no estaba seguro de su compañera de infortunio. Estaba a merced de lo violencia, de la extorsión brutal erigidas en ley Carne de esclavitud, para esta sufrida raza no había más ley que la voluntad despótica del amo ni más juez que el látigo del capataz, Era paria en su propia tierra. 
Nada le pertenecía.
(Lisandro Luna, 1944. “El Puma Indomable”)