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lunes, 19 de mayo de 2014

EZEQUIEL URVIOLA, El Profeta que incendió la pradera

Ezequiel Urviola: Entre la historia y el mito

Escribe: Luis Urviola Montesinos 
EN EL DIARIO LOS ANDES DE PUNO
Nacional - 18 may 2014
“Lo bello es cien veces más bello Aureolado por la preciada verdad. 
(Shakespeare)
La novela “Ezequiel: el profeta que incendió la pradera”, del escritor Feliciano Padilla Chalco (2014); obra muy comentada y elogiada por expertos, principalmente literatos nacionales y locales, es merecedora, además no solamente del comentario de los especialistas de otras áreas que tienen que ver con la historia, cultura y nuestra sociedad peruana, en general; y puneña en particular. Es menester que la obra mencionada salga de los confines de los entendidos académicos, generalmente enclaustrados en microgrupos elitistas y muy alejados del pueblo al que perteneció, pertenece y pertenecerá siempre Ezequiel Urviola y Rivero.
Pero, en primer lugar quiero felicitar al autor porque entre otras virtudes suyas, demostradas en la novela mencionada, está el habernos entregado la primera imagen estética, no elaborada por nadie, de Ezequiel Urviola, a través de la literatura. Es más, mi deseo es referirme, dentro del limitado espacio de este artículo, a una aproximación estética marxista sobre aquel luchador azangarino que el sociólogo Antonio Rengifo Balarezo (1977) denominara “el precursor de la alianza obrero campesina” en el Perú y que Feliciano Padilla lo muestra en bellas dimensiones caracterológicas propias del arte.
Obviamente que la obra de Feliciano Padilla no es una investigación de historia o sociología. Es una novela y, a mi entender, su mejor novela que, entre otros merecimientos, ya comentados por diversos críticos, tiene acaso la virtud de haber roto los atavismos que circunscribían a nuestra producción literaria puneña a espacios muy localistas, terrígenos. Posiblemente esta obra de Feliciano Padilla sea la primera novela puneña de extensión y dimensión nacional y hasta internacionalista ya que Eduardo Galeano presentó a Ezequiel Urviola al Mundo en su ensayo Memorias del Fuego.
Feliciano Padilla ha logrado entregarnos los rasgos del carácter, la personalidad, la obra, el sentimiento y el pensamiento de Ezequiel Urviola, no a través de los hechos ocurridos; sino mediante la categoría estética de la imagen. La ciencia, como forma de conocimiento, refleja la realidad objetiva mediante conceptos, leyes, y se basa en hechos. Encontramos la verdad científica en su aproximación a la realidad y mediante procesos cognitivos determinados desde la observación, percepción, abstracción concreción y demostración, experimentación y demás procedimientos de acuerdo a cada objeto de estudio. Pero la verdad no es exclusiva de la ciencia. La verdad en el arte se manifiesta a través de las imágenes artísticas y éstas se corresponden con la realidad de la vida.
En la estética burguesa, al arte no le corresponde la verdad, sino la verosimilitud y no pocos escritores y críticos han buscado y logrado, a través de la libertad que la ficción les permite, contradecir no pocas veces, a la vida misma; es decir, a la verdad. Estos autores sostienen, a lo sumo, que existen dos verdades: una para la ciencia y otra para el arte. La estética materialista, en cambio, rechaza categóricamente dicha posición y sostiene que la verdad es una sola tanto para la ciencia como para el arte. En este sentido, el protagonista de la novela de Feliciano Padilla es el mismo que en verdad existió en la vida y no entra en contradicción con lo que las ciencias sociales conocen sobre Ezequiel Urviola. No hay un Ezequiel Urviola para el arte y otro para las ciencias.
En “Ezequiel: el profeta que incendió la pradera”, Feliciano Padilla nos entrega una novela cuya lectura, muy recomendable, no cansa. Cada uno de sus doce capítulos es la porción, no de una composición circular propia de la convencionalidad a la que recurren otros escritores presuntamente muy andinos, sino una narración en espiral como las que se encuentran en las líneas de Nazca, el girar de los fuegos artificiales de nuestras fiestas patronales o el desenlace vertiginoso con el que culmina el remate de la música y la danza de los sikuris.
Una categoría estética, insustituible en la imagen estética de Ezequiel Urviola, creada por Feliciano Padilla, es lo heroico que, como forma de lo sublime, cualifica las acciones del personaje central consagradas al ideal de justicia social. El componente biográfico se desliza entre episodios juveniles carolinos, la presencia del amor, sus encuentros proletarios y la búsqueda identitaria tolstoyana de un personaje que no siendo originariamente campesino se identificó con este grupo sociológico; mucho más por la necesidad de empoderar los movimientos campesinos con un pensamiento político revolucionario que por la opción radical de cambiar de vestimenta. Este último cambio tiene que ver más con lo verosímil que con la verdad.
El encuentro, y las reuniones, entre Urviola y Mariátegui quizás debieron haber merecido mayor desarrollo en la novela, porque es la parte de la semblanza del protagonista con la que alcanza el cénit y el logro de su vida y pensamiento y porque Ezequiel Urviola devino en referente del campesinado andino para el Amauta.
“Este encuentro fue la más fuerte sorpresa que me reservó el Perú…Urviola representa la primera chispa de un incendio por venir. Era el indio revolucionario, el indio socialista. Tuberculoso, jorobado, sucumbió al cabo de dos años de trabajo infatigable. Hoy no importa ya que Urviola no exista. Basta que haya existido…” (J. C. Mariátegui)
Felicitaciones reiteradas a Feliciano Padilla Chalco por esa entrega novelada que merece mayor divulgación popular.